Nos cruzamos cada mañana en el viejo camino de piedra que lleva a la estación de tren. Ella es la culpable de que todos los días salga corriendo y despeinado. Su perfume hace que me olvide del profundo aburrimiento que me produce esta ciudad por un instante.
Llevo viéndola desde hace poco más de un mes. No sé dónde trabaja, dónde vive o si se ha parado siquiera a pensar que ha alterado el trascurso de mi rutina. No tengo tiempo para banalidades.
Solo sé que lleva consigo una carpeta. Eso, y que he desarrollado unas dotes magníficas para rezar y pedirle a Dios que se le caiga al suelo cada vez que paso por su lado y tener la excusa perfecta para abordarla con un ¿te puedo ayudar?
Mis amigos dicen que estoy colgado. Y no es para menos. Tengo veintiséis años y nunca me había puesto así por una chica (mucho menos por una desconocida). He tenido mis aventuras e incluso algún intento de relación larga, pero al cabo de los meses me agobiaba y acababa con el típico no es por ti, es por mí, para después culminar la escena con mi teoría sobre la vida. En realidad, tampoco creo que sea por mí. Vivimos en una sociedad caprichosa que nos ha educado para ser libres y felices dentro de una jaula sucia camuflada de paraíso.
Esta teoría ha hecho que en más de una ocasión me haya llevado más recuerdos de los que buscaba, como por ejemplo un tatuaje con la forma de una mano sobre mi cara y algún que otro calificativo poco amistoso.
No culpo a nadie. Con el paso del tiempo he madurado y he descubierto que he sido un capullo (solo a veces).
Pero con Ella todo es diferente.
No lo digo por sus ojos. Bueno, por su mirada. Ojos tiene todo el mundo, pero la mirada es lo que nos desmarca. Siempre he dicho que soy capaz de ver cómo es la gente a través de su mirada. Y en la de Ella he descubierto que la poesía nunca había estado tan viva.
Tampoco lo digo por su cara, aunque reconozco que no he visto una belleza similar en mi vida. Es el prototipo de chica que siempre aparecía en mis sueños cuando era un pardillo quinceañero (y veintiseisañero). Además de sus ojos grandes de color verde acaramelado, o caramelo verdoso, como queráis, su boca y sus labios perfectos me llaman a gritos diciendo que están deseando conocerme.
Pero yo creo que lo que más me intriga es el vuelco que me da el alma cuando me cruzo con Ella cada mañana. Poco me importan mis ojos aún legañosos o las ojeras de panda. Solo quiero llegar al camino y verla a lo lejos con su andar radiante que reta al sol. De repente, dejo de correr y toda la prisa que llevo se esfuma mientras me concentro en parar el tiempo justo en el instante en el que pasa a mi lado. Otra vez será.
Hoy no es diferente. He salido de casa con el pelo mojado y vestido con lo primero que he encontrado en el armario. Respiro aliviado al ver en el reflejo del ascensor que he acertado a la hora de elegir el conjunto.
Estoy llegando al camino y mis nervios empiezan a hacer de las suyas. Pulsaciones a mil trescientos kilómetros por segundo, sudor frío y un ejército de mariposas en el estómago que no me dan tregua.
La veo aparecer a lo lejos. Como todos los días, lleva consigo la carpeta que me quita el sueño y me hace fantasear con nuestra primera conversación. Según nos acercamos, pienso que de un momento a otro mi corazón no va a dar más de sí y me va a dejar tirado. Camino despacio, saboreando cada segundo que pasa y que le acerca a mí. Cada vez está más cerca. Me concentro en parar el tiempo hasta que de repente ocurre algo todavía mejor.
¡La carpeta! Antes de que le dé tiempo a recogerla, me hago dueño de mí mismo y me adelanto.
-¿Te puedo ayudar?
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Hace unas semanas que me cruzo con él en el camino de piedra cuando voy a trabajar.
Soy nueva aquí. Quería cambiar de aires y encontré este sitio alejado de la gran ciudad. Lo bueno que tiene es que tampoco es pequeño y te da cierta libertad al no temer encontrarte con alguien conocido.
Aún recuerdo la primera vez que le vi. Me perdí y acabé dando una vuelta eterna para llegar al trabajo. Desde que me crucé con su pelo despeinado y su aire románticamente caótico, todos los días doy un rodeo para encontrarme con él.
No conozco a nadie en este lugar. El hecho de ser tímida (aunque solo al principio) tampoco me ayuda a relacionarme.
Pero hoy es diferente. Voy con mi carpeta sujeta en el brazo. A lo lejos veo cómo corre para pararse repentinamente y seguir caminando como si ya no tuviese prisa, como hace todas las mañanas desde el primer día que nos encontramos.
Mientras el encuentro se antoja inevitable, abro el bolso para buscar las gafas de sol y, pareciendo que no me doy cuenta, me acerco peligrosamente hacia su trayectoria para interrumpirla mientras dejo que mi carpeta caiga al suelo.
Ooooooh qué bonitooooo!!!!
ResponderEliminarOoooooh qué bonitooooo!!!!
ResponderEliminarHolaaaa, ¿es tuyo? Ya puedes seguir escribiendo, y quiero saber que pasa. Me has dejado intrigada.
ResponderEliminarHolaaaa, ¿es tuyo? Ya puedes seguir escribiendo, y quiero saber que pasa. Me has dejado intrigada.
ResponderEliminar¡Hola Mª Carmen! Sí, es mío! Jaja hacía tiempo que no escribía y el otro día decidí que era el momento adecuado! Pues si te soy sincero, no había pensado en continuar el relato, pero gracias a ti y a gente que ha insistido en que quiere saber cómo sigue la historia, quizá me lance a ver qué hago con estos dos personajes!
EliminarMuchas gracias por el comentario y por el ánimo!
Un beso!
Hola Santiago! Lo dicho... Escribes de maravilla y me ha encantado mucho la historia. Espero que la continúes, porque me has dejado con ganas de más. Es una historia a la cual le puedes dar mucho juego y estoy segura de que lo harás genial :)
ResponderEliminarUn besazo enorme! Eres un genio escribiendo (y seguro que en muchas más cosas!)
Con comentarios así es imposible no seguir escribiendo... ¡Muchas gracias María Ángeles! Espero seguir escribiendo cada vez más y causar sensaciones así siempre... ¡A ver qué se me ocurre! Jajaja
EliminarUn besazo! :)
Ohhhhh que más que más
ResponderEliminarQueda poco para saber qué más va a pasar... Chan chan!
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